En la vida, hay procesos que nos obligan a mirarnos con más atención, a escucharnos mejor y, sobre todo, a querernos más. Vivir con una colostomía no es simplemente un cambio físico, es una llamada a la calma, a la reflexión y, por qué no, al disfrute consciente de cada pequeño gesto, como sentarse a la mesa.
La nutrición para las personas ostomizadas no es un castigo ni una penitencia; es una oportunidad para descubrir lo que verdaderamente necesita nuestro cuerpo, lo que le sienta bien y lo que no. Como si de un nuevo idioma se tratase, el cuerpo habla, y toca aprender a escucharlo.
Masticar bien, amar mejor
El primer mandamiento para alguien con colostomía es sencillo: no comer con prisa. Comer rápido es como querer leer un poema corriendo; no se entiende nada y acabas con hipo. Masticar bien es mimarse, y facilita que el aparato digestivo —ese largo y valiente compañero de 10 metros de longitud— haga su trabajo con menos esfuerzo.
Además, las comidas copiosas, especialmente de noche, no son amigas de nuestra bolsa. Evitarlas es tan importante como elegir bien a nuestros amigos. El cuerpo necesita orden, y la regularidad de las comidas ayuda a mantener los gases a raya y a evitar evacuaciones incómodas. Lo ideal: seis comidas pequeñas al día en lugar de tres grandes festines.
Hidratación: el oasis del bienestar
Si el cuerpo es un coche, el agua es su gasolina esencial. Una colostomía implica una mayor pérdida de líquidos, por lo que beber entre 2,5 y 3 litros de agua al día no es un consejo, es una norma de oro. Mejor si lo haces a sorbos y entre comidas, sin cafeína ni alcohol. ¿Y si la orina es oscura o escasa? Es hora de sacar los sueros orales, nunca las bebidas deportivas que prometen milagros pero no hidratan como deberían.
Gases, olores y otros invitados indeseados
Beber con pajita, fumar o tomar bebidas con gas es como invitar a un concierto a quienes no han sido llamados. Generan gases, malestar e incomodidad. Hay también una lista de alimentos que pueden resultar problemáticos: el brócoli, la col, los espárragos o los huevos, por ejemplo, pueden producir gases o un olor poco agradable en la bolsa. Lo mismo ocurre con algunos quesos fuertes o pescados.
Evitar estos alimentos no significa renunciar a los sabores. Se trata de probar, de observar, de tener un diario íntimo de tu dieta. Y si algo no va bien, simplemente cambiar de ruta.
El arte de espesar y suavizar
Cuando las heces son demasiado líquidas, hay trucos caseros que funcionan: evitar alimentos muy grasos, picantes, con azúcar o edulcorantes artificiales. Incluso la cafeína y los granos integrales pueden tener un efecto poco deseado. En esos momentos, lo ideal son alimentos cocidos, suaves, bajos en fibra y fáciles de digerir.
Los alimentos blandos son como un abrazo para tu sistema digestivo: el arroz blanco, las papas cocidas sin piel, el pollo sin piel, los quesos suaves sin lactosa… todos ellos forman parte de un menú que reconforta y cuida.
Colores que no asustan
Las heces pueden cambiar de color según lo que comas. No te alarmes si ves tonos rojizos tras comer remolacha o negro si el menú ha incluido calamares en su tinta. Cada color tiene su historia, y conocerla te dará paz.
El cuerpo te habla, escucha
No hay una dieta única para todas las personas con colostomía. Cada cuerpo es un universo distinto. Por eso, la clave está en probar con calma, observar y ajustar. Hay alimentos que serán maravillosos para ti y no tanto para otros. Incluso las frutas y verduras, tan amadas por unos, pueden provocar gases en otros.
Y si un día el cuerpo te pide algo distinto, escúchalo. Una colostomía no es una cárcel; es una manera distinta de vivir, que te da permiso para disfrutar sin culpa, con consciencia y con amor propio.
Conclusión: alimentarse es quererse
En definitiva, comer con colostomía no es una limitación, es una forma distinta —más cuidadosa y más sabia— de relacionarse con los alimentos. No hay recetas mágicas, pero sí muchas pistas que, con cariño y atención, te ayudarán a sentirte bien.
Y como decía aquel poeta, “la vida no se mide por las veces que respiras, sino por los momentos que te dejan sin aliento”. Comer bien, sentirse bien, vivir bien: eso también deja sin aliento, en el mejor de los sentidos.